Mary Ainsworth en 1974 formuló el concepto «sensibilidad materna». Con ello aportó luz a la teoría del apego y suelo utilizarlo bastante en los grupos dinámicos de padres y madres o en las consultas de atención familiar. Ainsworth no se refería con ello a ser madres perfectas, ni a ser madres amables, ni a ser altamente sensibles, ni a ningún canon pre establecido por un sistema predominante. La sensibilidad materna guarda relación con nuestra naturaleza humana y la esencia filogenética de los mamíferos.

Cuando fui madre por primera vez y antes de serlo, buscaba las “recetas milagrosas” para la educación y crianza, pero más tarde comprendí que todo lo que escuchamos y aprendemos está influenciado por nuestro propio carácter y nuestras vivencias pasadas. He visto demasiadas veces cómo indicaciones concretas que compartía, se convertían en un elemento distanciador entre madre e hijo por una falta de comprensión o una interpretación alternativa de mis palabras.

Sin embargo, encuentro en el concepto de la sensibilidad materna un punto de partida interesante para las madres de niños pequeños que dudan si estarán «malcriando» a su bebé por responder a todas sus demandas o si por lo contrario deberían enseñarle a esperar, como observo muchísimas veces en el parque, piscina y otras situaciones sociales.

La sensibilidad materna consiste en dar una respuesta adecuada a las necesidades del bebé, es la base fundamental del vínculo de apego seguro y consiste en:

  1. Percibir las señales.
  2. Interpretarlas correctamente.
  3. Satisfacer la necesidad.

¿Por qué es tan importante satisfacer la necesidad del bebé de manera sensible e inmediata? Porque influye directamente en la relación con uno mismo. En mi formación en Minfulness con enfoque Gestalt tuve la grata sorpresa de conocer que el proceso de la regulación en nuestro espacio interno es exactamente el expuesto más arriba. Es decir, cuando en nuestra infancia hemos recibido respuestas sensibles a nuestras necesidades, somos más capaces en la vida adulta de escuchar las señales de nuestro cuerpo, interpretarlas de manera adecuada y satisfacerlas por nosotras mismas o pidiendo ayuda si fuera necesario.

Es la base para un desarrollo físico y emocional saludable y una vida adulta plena, sin distractores comerciales que nos lleven a crear necesidades sustitutivas por no cubrir las esenciales, sin enfermar a causa del estrés por no habernos dado el espacio necesario para el descanso, la alimentación saludable, el ocio constructivo…

El apego seguro es la base, también, para crear relaciones de amistad o pareja más equilibradas, no depositando en la otra persona expectativas de cuidados o atenciones que corresponden a uno mismo.

A menudo en el cuidado a hijos pequeños aparece la sensación de saturación con el pensamiento «¿y yo qué? ¿y yo cuándo?». Propongo que este pensamiento sea inmediatamente abrazado con el mensaje del maestro Thich Nhat Hanh:

«Sonríe, respira y ve lentamente»

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