De mi infancia recuerdo la noche de Reyes con cariño y mucha, muchísima, magia. Primos, tíos, abuela, novios, amigos de la familia, nos reuníamos en la bodega de mis tíos alrededor de la chimenea, los niños nos íbamos a dormir y una vez que el reloj anunciaba la medianoche, nos despertaban para ver la inundación de regalos que había aparecido mágicamente en la cocina.

El año que cumplí los 10, creo, ya estaba casi convencida de que eso de los Reyes no podía ser real. Ese mes de diciembre, mi gato se había escapado de casa. Hacía frío y yo estaba muy preocupada. Fue la «noche de reyes» cuando al llegar a casa después de la entrega oficial de regalos, salí a la terraza y escuché su maullido. Mi madre encontró al gato en la ventana de una vecina, consiguió sacarlo entre las verjas y subirlo a casa. Cuando llegó con él en los brazos y las manos todas arañadas, yo no me lo podía creer. Ella me dijo: «yo creo que ha sido magia que haya aparecido esta noche.»

Y volví a creer en la Magia para siempre.

Estas experiencias han hecho que yo sea una persona fantasiosa, creo en la magia de las relaciones, del amor, de la bondad y de la infancia. Si voy al teatro, consigo entrar en la escena con todos mis sentidos, si veo un espectáculo de ilusionismo, no veo ni busco los trucos, disfruto enormemente también de la danza, de las luces, de las estrellas fugaces, de los juegos de mis hijos. Creo que es Magia lo que sucede cada mañana al salir el sol y caer la gota del rocío en la hoja que lo precisa. Y vuelvo a creer en la Magia cada mañana al observar el jardín de La Caracola y sentir que estoy en un lugar sagrado donde habitan duendes y hadas que ríen y corretean.

Ayer estuve en un centro comercial y bajando por las escaleras mecánicas encontré un escenario esperpéntico, una fila infinita de familias esperando para ver a unos señores muy mal disfrazados con cara aburrida. Entre la multitud exaltada pude ver la alegría de algunos niños, pero también a muchos llorando, padres gritando “estate quieto que ya nos toca”, “pórtate bien que te están viendo” y lo peor, niños y niñas con la mirada perdida, miedo o falta de ilusión por lo que iban a vivir.

Por eso, con respecto a los Reyes Magos, creo que la cuestión no es si celebrar o no hacerlo, creo que la verdadera cuestión es cómo hacer una u otra cosa.

En caso de celebrar, pienso que necesariamente debemos comprender como adultos la función de la magia en el mundo infantil. De lo contrario, este momento puede carecer de sentido, sobre todo si el adulto aprovecha la inocencia y pensamiento mágico del niño para chantajear con el eterno “si no te portas bien…”, amenazar con el moralista “¿has sido bueno?” o desilusionar con las absurdas herramientas digitales, escenarios cutres que recrean personajes pintados con betún o un exceso de razonamientos lógicos relacionados con el evento.

Por otro lado, no celebrar, puede ser vivido por el niño como un castigo, una carencia, una frustración frente a una cultura en la que predomina esa tradición que, por alejada de nuestra realidad que parezca, puede ser aprovechada para construir identidad y recuerdos familiares. No nos dejemos caer en la trampa de la industria juguetera, ni tampoco en el boicot a la misma a costa de las ilusiones de las criaturas. Propongo para ello un consumo responsable, coherente y sostenible.

La magia se comparte con el corazón, creyendo en el niño y devolviendo un espejo de sus propias fantasías. Sosteniendo su inocencia y enriqueciendo los escenarios de juego con sensibilidad y precaución.

La magia nunca estuvo sujeta a lo material. El niño no vive más ilusión por recibir más regalos. También destruimos su creatividad cuando limitamos sin sensibilidad por argumentos basados en el miedo y en pensamientos adultos.

Cuidemos sus capacidades y su pensamiento mágico en cada instante vital. En cada cuento que narramos, en las misiones secretas para ir a comprar el pan, en los silencios de estar absortos en su juego, en ese vaso que se ha roto y se ha transformado en lluvia de estrellas, en las cosquillas que cada noche le hacemos a los dientes para que se duerman contentos, en el calcetín que molesta pero habla y cuenta chistes para relajar el ambiente… Protejamos su potencial y su autoestima con amor y empatía.

Y así podremos preguntarnos, una vez pasado el 5 de enero… ¿qué otros momentos de magia vivimos en familia durante el año?

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